miércoles, 20 de noviembre de 2013

Poesías para la Primavera


La primavera llega

La primavera llega
si le toca llegar;
ella no necesita
que la vaya a buscar.

Y por su propia cuenta,
sin traerlo de la mano,
cuando ya es el momento,
también llega el verano.


Fuente: El Jardín de Douglas


Un cuento de primavera: La margarita blanca



Había una vez una Margarita blanca que vivía debajo de la tierra en una cuevecita oscura, caliente y tranquila. Un día oyó unos golpecitos en la puerta.

_ Tras, tras, tras.

_¿Quién llama?

_ Es la lluvia.

_ ¿Qué quiere la lluvia?

_ Entrar en casa.

_ ¡ No se pasa! ¡No se pasa! _ dijo la Margarita blanca que tenía mucho miedo del frío.

Y después de muchos días volvieron a llamar a la puerta:

_ Tras, tras, tras.

_ ¿Quién llama?

_ Es la lluvia.

_ ¿Qué quiere la lluvia?

_ entrar en casa.

_ No se pasa! ¡No se pasa! _ dijo la Margarita blanca y se acurrucó dentro de su cuevecita.

Y después de muchos días llamaron a la ventana:

_ Chus, chus, chus

_ ¿Quién llama?

_ Es el sol.

_ ¿Qué quiere el sol?

_ Entrar en casa.

_ ¡Aún no se pasa! ¡aun no se pasa! _dijo la Margarita blanca, porque era invierno.

Y después de muchos días volvieron a llamar a la ventana:

_ Chus, chus, chus.

_ ¿Quién llama?

_ Es el sol.

_ ¿Qué quiere el sol?

_ Entrar en casa.

_ ¡ Aún no se pasa! ¡Aún no se pasa! _ dijo la Margarita blanca y se durmió tranquila.

Y después de muchos días volvieron a llamar a la puerta y a la ventana:

_ Tras, tras, tras.

_ Chus, chus, chus.

_ ¿Quién llama?

_ El sol y la lluvia, la lluvia y el sol.

_ ¿ Y qué quieren el sol y la lluvia, y la lluvia y el sol?

_ Venimos los dos, que nos manda Dios.

_ ¡Entrad, entrad _ dijo la Margarita blanca, y abrió una rendijita por donde se escurrieron el

sol y la lluvia dentro de la casa.

Y la lluvia la tomó por la mano derecha y el sol la tomó por la mano izquierda, y tiraron de la

Margarita blanca, y tiraron y tiraron hasta arriba y dijeron:

_ ¡Margarita, Margarita, asoma tu cabecita!

La Margarita blanca pasó su cabecita a través de la tierra y se encontró en un jardín muy lindo donde los pajaritos cantaban, los rayos del sol calentaban, y los niños jugaban a la rueda:

(Cántese)

Brotan las margaritas

En la pradera.

Brotan en las mañanas

De primavera.

Alirón

Tira del cordón.

Cordón de la Italia.

Dónde irás amor mío

Que yo no vaya.

Y la Margarita se abrió toda blanca con su moñito rubio y fue feliz.

Autor:Herminio Almendros

Cuentos de Dragones



Dragones


Todo el mundo sabe lo que es un Dragón. Una criatura de gran tamaño, feroz y sanguinaria, que aparece en los cuentos y en las leyendas como figura complementaria y que sirve principalmente para resaltar el valor del caballero que se le enfrenta.

Es un personaje oscuro y misterioso, descrito sólo a grandes rasgos... poco más que un elemento del paisaje que aparece para mayor gloria del héroe. Pero el Dragón es algo más. Es un ser admirable, inteligente y culto, y tiene una vida y unas características interesantes, el margen de los escasos destellos que se perciben en los cuentos y en las leyendas.
Es un personaje oscuro y misterioso, descrito sólo a grandes rasgos... poco más que un elemento del paisaje que aparece para mayor gloria del héroe. Pero el Dragón es algo más. Es un ser admirable, inteligente y culto, y tiene una vida y unas características interesantes, el margen de los escasos destellos que se perciben en los cuentos y en las leyendas.

Tal vez, en el futuro, el hombre aprenda que con la muerte de una sola especie vegetal o animal pierde un bien insustituible, más preciado que todas las riquezas del mundo. Sólo con ese conocimiento, la Tierra podrá seguir siendo una gema azul y brillante en el universo, pues guarda en su seno el incalculable tesoro de la diversidad de las especies y el saber de mantenerlas vivas.

El Dragón es capaz de hablar su lengua natural en el latín, idioma cuyo conocimiento es innato en la especie dragonil, pero no le cuesta trabajo aprender a expresarse correctamente en el lenguaje de la región que habita.

Es amante de los espacios boscosos y del aire puro, es capaz de resistir la contaminación ambiental y los ruidos de la civilización. Existe como excepción. Existe una excepción en esa norma una raza de dragones llamados Draco flamula.

La luna del dragón    WILLIAM OSPINA
Hablábamos de los dones de la tiniebla.
De los amores muertos.
Cuando se perfiló sobre el Oeste
El oro espeso de la media luna.
"Mira: es la Luna del Dragón" —me dijiste.
Y los dos la miramos
Como si algo terrible pesara sobre el mundo.
El hemisferio gris parecía lleno
De hondos presentimientos.
No había una estrella sobre el mar en calma
De humaredas y torres.

Nadie dijo: "Es la luz que hace al Dragón visible". 
Nadie dijo: "Es la casa donde el Dragón habita".

Nadie dijo: "Es la luna que ampara a los dragones".
Miramos simplemente el cuerno rojo.
La sobrehumana forma que doblegaba al cielo.
Y pensamos acaso en los terrores
De la culpa y la fiebre.

"Sólo es la Luna del Dragón" —me dijiste. 
Pero algo negro ascendió de mi infancia
Y di gracias a Dios de no estar solo.

Seguimos en silencio
Mientras las nubes negras cercaban en la hondura
Aquel objeto de alta magia y belleza.
—"Tal vez el nombre viene de las baladas celtas".
—"Yo no sé por qué pesa y aflige como un sueño".

Era la Luna del Dragón, y nadie
Parecía comprenderlo.
Iban las multitudes, bulliciosas, urgentes,
Atentas sólo a su pequeño misterio,
Mientras sobre las hondas avenidas
Un oro atroz vertía su intemporal influjo,
Y algo terrible y bello batía sus alas rojas
Como un polvo impalpable sobre las tristes tierras.



Selección: Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras


Eduardo y el dragón


Eduardo era el caballero más joven del reino. Aún era un niño, pero era tan valiente e inteligente, que sin haber llegado a luchar con ninguno, había derrotado a todos sus enemigos. Un día, mientras caminaba por las montañas, encontró una pequeña cueva, y al adentrarse en ella descubrió que era gigantesca, y que en su interior había un impresionante castillo, tan grande, que pensó que la montaña era de mentira, y sólo se trataba de un escondite para el castillo.
Al acercarse, Eduardo oyó algunas voces. Sin dudarlo, saltó los muros del castillo y se acercó al lugar del que procedían las voces.
-¿hay alguien ahí?- preguntó.
- ¡Socorro! ¡ayúdanos! -respondieron desde dentro-llevamos años encerrados aquí sirviendo al dragón del castillo.
¿Dragón?, pensó Eduardo, justo antes de que una enorme llamarada estuviera a punto de quemarle vivo. Entonces, Eduardo dio media vuelta muy tranquilamente, y dirigiéndose al terrible dragón que tenía enfrente, dijo:
- Está bien, dragón. Te perdono por lo que acabas de hacer. Seguro que no sabías que era yo
El dragón se quedó muy sorprendido con aquellas palabras. No esperaba que nadie se le opusiera, y menos con tanto descaro.
- ¡Prepárate para luchar, enano!, ¡me da igual quien seas! -- rugió el dragón.
- Espera un momento. Está claro que no sabes quién soy yo. ¡Soy el guardián de la Gran Espada de Cristal!.-siguió Eduardo, que antes de luchar era capaz de inventar cualquier cosa- Ya sabes que esta espada ha acabado con decenas de ogros y dragones, y que si la desenvaino volará directamente a tu cuello para darte muerte.
Al dragón no le sonaba tal espada, pero se asustó. No le gustaba nada aquello de que le pudieran cortar el cuello. Eduardo siguió hablando.
- De todos modos, quiero darte una oportunidad de luchar contra mí. Viajaremos al otro lado del mundo. Allí hay una montaña nevada, y sobre su cima, una gran torre. En lo alto de la torre, hay una jaula de oro donde un mago hizo esta espada, y allí la espada pierde todo su poder. Estaré allí, pero sólo esperaré durante 5 días
Y al decir eso, Eduardo levantó una nube de polvo y desapareció. El dragón pensó que había hecho magia, pero sólo se había escondido entre unos matorrales. Y el dragón, deseando luchar con aquel temible caballero, salío volando rápidamente hacia el otro lado del mundo, en un viaje que duraba más de un mes.
Cuando estuvo seguro de que el dragón estaba lejos, Eduardo salió de su escondite, entró al castillo y liberó a todos los allí encerrados. Algunos llevaban desaparecidos muchísimos años, y al regresar todos celebraron el gran ingenio de Eduardo.
¿Y el dragón? ¿Pues os podéis creer que en el otro lado del mundo era verdad que había una montaña nevada, con una gran torre en la cima, y en lo alto una jaula de oro? Pues sí, y el dragón se metió en la jaula y no pudo salir, y allí sigue, esperando que alguien ingenioso vaya a rescatarle...



Poesías de Maria Elena Walsh


Poemas de María Elena Walsh para niños

Poesías para niños de María Elena Walsh

La vaca estudiosa
Había una vez una vaca
en la Quebrada de Humahuaca.
Como era muy vieja, muy vieja,
estaba sorda de una oreja.
Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.
La vio la maestra asustada
y dijo: - Estas equivocada.
Y la vaca le respondió:
¿Por qué no puedo estudiar yo?
La vaca, vestida de blanco,
se acomodó en el primer banco.
Los chicos tirábamos tiza
y nos moríamos de risa.
La gente se fue muy curiosa
a ver a la vaca estudiosa.
La gente llegaba en camiones,
en bicicletas y en aviones.
Y como el bochinche aumentaba
en la escuela nadie estudiaba.
La vaca, de pie en un rincón,
rumiaba sola la lección.
Un día toditos los chicos
se convirtieron en borricos.
Y en ese lugar de Humahuacala
única sabia fue la vaca.
Poesía para niños de Elena Walsh
Manuelita la tortuga
Manuelita vivía en Pehuajó
pero un día se marcó.
Nadie supo bien por qué
a París ella se fue
un poquito caminando
y otro poquitito a pie.
Manuelita, Manuelita,
Manuelita dónde vas
con tu traje de malaquita
y tu paso tan audaz.
Manuelita una vez se enamoró
de un tortugo que pasó.
Dijo: ¿Qué podré yo hacer?
Vieja no me va a querer,
en Europa y con paciencia
me podrán embellecer.
En la tintorería de París
la pintaron con barniz.
La plancharon en francés
del derecho y del revés.
Le pusieron peluquita
y botines en los pies.
Tantos años tardó en cruzar
el mar que allí se volvió a arrugar
y por eso regresó vieja como se marchó
a buscar a su tortugo que la espera en Pehuajó

Cuentos de Silvia Schujer


EL ASTRONAUTA DEL BARRIO

Apenas sonó el despertador, el señor Poquito Pérez saltó de la cama como un resorte. Se quedó un rato parado en el medio del cuarto, y cuando creyó estar despierto, subió la persiana.

"Va a ser un día de sol", se dijo. Porque a través de la ventana vio que el cielo estaba celeste.

Pensando en el sol, el señor Poquito Pérez se pegó una ducha fresca y se vistió con ropa liviana: un pantaloncito corto, una remera de hilo y una gorra con visera. También preparó los anteojos negros, pero no se los puso hasta la hora de salir.

Antes de afeitarse prendió la radio y escuchó un informativo. Entre noticia y noticia, el locutor le recordó a la gente que esa mañana empezaba el invierno.

"¡Pero si ya estamos en invierno!", se acordó el señor Poquito Pérez. 

Así que, para no morirse de frío en la calle (a veces, aunque haya sol hace frío), además de lo que ya se había puesto, se calzó un buzo, un pañuelo de garganta, guantes y un par de medias de lana.

Después de afeitarse, el señor Poquito Pérez fue a la cocina a prepararse unos mates. Estaba desayunando cuando en eso miró la hora y recordó que no era domingo, que tenía que ir al trabajo.

"¡Qué tonto!", se dijo. "¿Cómo voy a ir a trabajar con pantaloncitos cortos?".

Volvió entonces a su habitación y así nomás -para no perder tiempo- se puso unos pantalones largos arriba de los cortitos, el saco del traje arriba del buzo (y de la remera) y un par de zapatos sobre las medias de lana.

Antes de salir a la calle, el señor Poquito Pérez volvió a mirar por la ventana y el celeste del cielo se había vuelto gris. No sólo no había una hilacha de sol, sino que las nubes, gordísimas, parecían a punto de explotar.

-Va a llover -comentó-. Lo que me faltaba.

Y para no mojarse, encima de lo que ya tenía, se puso una campera con capucha. Sobre la campera, un piloto y sobre los zapatos -para no arruinarlos-, un par de botas de goma.

Un poco incómodo, el señor Poquito Pérez abrió la puerta y salió de su casa. Caminaba por la vereda tan despacio y endurecido de ropa que más de un vecino lo confundió con un astronauta. Y hasta tal punto parecía un astronauta que él mismo se convenció: cuando llegó a la parada, en vez de un colectivo, tomó una nave espacial (una que pasaba por la esquina). Y tan bien lo trataron en la nave esa mañana que, en vez de ir al trabajo, el señor Poquito Pérez, se fue derecho a la Luna.

Y lo bien que lo pasó...


FIN

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 UN PUEBLITO, de Silvia Schujer 

Justo justo en el medio del mundo hay un pueblo tan chiquito, que en la historia se lo conoce, simplemente con el nombre "Pueblito". No sólo la pequeñez es lo que diferencia a Pueblito de los demás pueblos y ciudades del mundo, sino también sus costumbres.

Por ejemplo, que todos se conocen de memoria. Que viven agrupados en familias en las que, además de abuelos, abuelas y mamás, hay animales y plantas que llevan el mismo apellido.

Y qué cosa. A pesar de estar justo justo en el medio del mundo, Pueblito es un lugar muy poco visitado. Hay quienes no van porque opinan que es aburrido: no hay autos, no hay barullo ni graciosas confiterías.

Un día, sin embargo, llegó a Pueblito un señor nada joven, gordo, panzón y con cara de batata. Por todo equipaje traía una cámara fotográfica que colgaba de su cuello y un bolso. Era una mañana de sol y los pueblitenses, al verlo, lo recibieron contentos, con bombos y platillos.

El señor gordo panzón con cara de batata se acercó muy serio.

- Soy un gran empresario. Un réquete recontra empresario que sabe mucho de grandes empresas - dijo con voz distinguida.

Los pueblitenses lo miraron sin entender: no conocían la palabra "empresario", pero igual le ofrecieron ayuda.

- Quiero poner una gran empresa en este lugar - dijo el señor gordo y panzón -. Para eso, tengo que hacerlos famosos.

Los pueblitenses lo escucharon atentos.

- Necesito que me muestren los paisajes de este pueblo y mis fotos se convertirán en postales que el mundo entero verá y querrá conocer.

El presidente de Pueblito señaló la Plaza Central, llena de grandes y chicos pueblitenses y dijo:

- Éste es el paisaje más lindo que tenemos.

Pero el gordo panzón con cara de batata, frunció la nariz como de no gustarle. Y peguntó si no tenían museos, monumentos importantes...

- Aquella piedra donde duermen los pájaros es nuestro monumento nacional - respondieron seguros de éxito los pueblitenses.

Pero el gordo panzón con cara de batata, frunció la nariz como de no gustarle. Y algo enojado preguntó si acaso no tenían mares, palmeras, montes nevados.

- No - dijeron los pueblitenses preocupados por no poder ayudar al extranjero.

- Esto es una porquería - gruñó el señor.

Y los pueblitenses se largaron a llorar amargamente por el insulto.

Las inteligentes mariposas, que son mayoría en Pueblito, vieron lo que pasaba, y entre todas dibujaron sobre el cielo un hermoso paisaje de palmeras y mar. Al instante, cambiaron el dibujo y se volvieron montañas y ríos. Luego mar otra vez.

- ¡Vea eso señor! - dijo el presidente: ¡qué lindo mar! ¡qué palmera tan alta tenemos!

- Ustedes me están embromando. Esas son mariposas - dijo el gordo panzón con cara de batata.

Y con la cámara de fotos y su bolso, empezó a caminar hacia otra parte, abandonando Pueblito. "Esto es una porquería", repetía a gritos mientras se alejaba.

Pero ya nadie podía escucharlo. Los pueblitenses estaban maravillados con los dibujos de las mariposas. Mares, palmeras, montañas, ríos y bosques que, desde ese día, convirtieron a Pueblito en el único lugar del mundo donde, al mismo tiempo, pueden existir todos los climas y paisajes que se imaginan.


FIN


EL PAÑUELO, de Silvia Schujer 

Lo que pasa en la pantalla es terrible. Decir tristísimo es poco. El cine es un mar de sollozos ahogados.

Cuando siente que los ojos se le llenan de lágrimas, Márilin abre la cartera.

Primero extrae un manojo de llaves que apoya sobre su falda. Todas amarradas a un huevo dorado con piedras incrustadas en los polos: el llavero.

Enseguida saca un peine, un cepillo, uno de dientes y un espejito de mano. Después del espejo, sus dedos se estrellan contra un frasco de perfume metido en una bolsa de nailon de esas que usan en los supermercados para pesar verduras.
O las frutas.

Sin quitar un segundo los ojos de la pantalla, Márilin extrae de la cartera un par de anteojos de sol, el estuche, un rouge, una caja de chicles Adams, una billetera, el porta documentos que le regalaron, el rollito de papel higiénico que siempre guarda por si le vienen las ganas de ir al baño en un bar. Cospeles y un sacapuntas.

Cuando su falda queda completamente ocupada aprovecha la butaca de la izquierda que está libre y acomoda la linterna, el encendedor, la agenda, las biromes y el pastillero que aparece en un recodo y días antes ella diera por perdido.

Entre tanto, lo que pasa en la pantalla sigue siendo muy triste.

Márilin siente que la cartera se moja con el agua de los ojos y acaso de su nariz. En una búsqueda a esta altura descorazonada saca una cajita con cuatro cartuchos de tinta lavable, una hebilla con moño, el costurero de bolsillo que le han vendido en el tren. Veinticuatro papeles sueltos con direcciones y teléfonos, tarjetas navideñas de UNICEF, la plantilla de un zapato que le queda grande, el carnet de la pileta, la receta del pedicuro, el monedero con el cierre roto, la agujereadota que equivocadamente se ha llevado de la oficina, las entradas de un concierto al que ya fue, un enchufe de tres patas, caramelos para la tos y dos autitos de carrera del sobrino de una amiga.

Cuando Márilin encuentra su pañuelo, la película ya ha terminado hace quince minutos.


FIN

Poesías de Silvia Schujer